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miércoles, 3 de junio de 2020

La COVID19 en 300 versos



El bicho

Febrero de 2020.
Un bicho llega de China.
Llevaba un tiempo rondando,
pero nadie lo sabía.
Dicen que el bicho es muy malo.
Que se mueve muy deprisa.
Que destroza los pulmones
provocando neumonías.
Otros piensan que, sin duda,
nos pasamos de alarmistas.
Que es poco más que una gripe.
¡Que exageran las noticias!

Mas, en el lejano oriente
no se lo toman a risa
y construyen hospitales
a toque de infantería.
Y van cerrando comercios,
colegios y guarderías
y sellando las fronteras
para evitar estampidas…

Pero el bicho es evasivo
y no entiende de balizas.
Viaja raudo, no descansa.
Está activo noche y día.
Se propaga en los mercados,
en las pistas deportivas,
en ferias y convenciones,
bares y cafeterías,
en las manifestaciones
por las calles y avenidas…
Pronto llega hasta nosotros
y se sienta en nuestras sillas,
se cuela en nuestras reuniones
sin esperar bienvenida,
se expande por nuestros barrios,
en nuestras casas anida
y cambia por muerte y duelo
el placer y la alegría.
Y miramos al Gobierno…
Y esperamos que nos diga
qué carajo está pasando
que trastorna nuestras vidas,
porque, de repente, al cuerpo
no nos llega la camisa.

Sabemos poco del bicho.
La Ciencia está dividida,
medio mundo compitiendo,
en carrera desmedida,
por patentar la vacuna,
por hacerlo a toda prisa.
Mas, pronto nos damos cuenta,
y es desgracia colectiva,
que esa Sanidad modelo
de la que se presumía
se nos va quedando corta,
no nos va a dar la medida.
Que el personal sanitario
es tropa mal protegida.
que se enfrenta a una galerna
sin chalecos salvavidas
y son cientos los ancianos,
que se van sin despedida
en oscuras residencias
sin sus personas queridas.
¡No se cura una hemorragia
acumulando tiritas!

Civiles y militares
por doquier se movilizan
para contener al bicho,
para frenar su embestida.
Decreta Estado de Alarma
el Gobierno y, de esta guisa,
asume el mando completo,
la estrategia defensiva.
El Parlamento lo avala.
El país lo necesita.
A millones de personas
en nuestro hogar nos confina.
Controla los aeropuertos,
carreteras y autopistas.
Cada pueblo, chico o grande,
se ve transformado en isla.
Prohibidos besos y abrazos,
arrumacos y caricias.
Son tiempos de alejamiento,
tiempos de distancias frías.

Cierran colegios y escuelas,
cines y peluquerías,
tascas, centros comerciales,
talleres y factorías,...
Cierran los centros de culto
sinagogas y mezquitas,
iglesias y catedrales,...
También los de idolatría…
Esos templos del balón,
casas de los futbolistas,
en los que cada semana
celebraban laicas misas.
Se frena la producción.
Se para la Economía.
Trabajadores y empresas
viven una pesadilla.
Dejan de entrarles ingresos.
Del futuro desconfían.
Todos piden desolados
ayudas que se improvisan
acumulando facturas
que habrá que pagar un día.

Cada cual desde su entorno
intenta ordenar sus cuitas,
afrontar a su manera
la realidad imprevista.
Hay quienes echan de menos
las pilas de agua bendita
y combaten sus recelos
con cientos de avemarías.
Hay quien se queda enclaustrado
con su soledad vacía,
por circunstancias aislado,
sin ninguna compañía.
Otros, en cambio, hacinados
en viviendas opresivas
sobrellevan sus jornadas
con paciencia numantina.
Y hay, en fin, quienes recluidos
en sus casas con piscina
sufren con menos lamento
su libertad restringida.
Hay quien lo lleva con calma
y hay quien se da a la bebida.

Se amplía el teletrabajo
y la educación en línea,
videoconferencias, whatsapp…
¡Viva la tecnología!
Y vamos matando el tiempo
creando nuevas rutinas.
Unos leyendo novelas
y otros componiendo rimas,
utilizando pasillos
como pistas deportivas,
o saliendo a los balcones
a compartir melodías.
Otros aspiran a hacerse
maestros de la cocina,
virtuosos del ukelele
ases de la batería.
Les afloran de repente
ocultas dotes de artista.
Y emergen los solidarios
que se ofrecen, altruistas,
a compartir, generosos,
variadas iniciativas.

Pero entre tanto no para
ese bicho genocida
y en hospitales y asilos
se siguen contando víctimas.
En muchas casas rebosan
las lágrimas depresivas
y por desgracia no todos
buscan la misma salida.

Poco dura la concordia.
Poco dura la armonía.
Lo que había unido el bicho
lo separa la política.
Gobierno y oposición
se enzarzan en sus diatribas.
Utilizan el dolor
con cargas oportunistas.
¡Qué poca complicidad!
¡Qué insuficiente empatía!
la de quien halla maldad
o una voluntad torcida
en quien debe pilotar
desde las primeras líneas,
con información parcial,
incompleta, diferida,…
una pandemia brutal,
una pandemia asesina,
llámese doctor Simón,
llámese Salvador Illa
o cualesquier consejeros
de cualquier autonomía.
Errores de todo tipo,
sin duda, cometerían.
Deben responder por ellos.
Son las reglas conocidas.
Imputarles mala fe
por las desgracias habidas
a causa de ese mal bicho
parece carga excesiva.

Entre reproches e insultos
el país se polariza.
En micrófonos y escaños
las pendencias predominan
por más que en todos los frentes
el mismo slogan repitan:
¡Las peleas para luego!
¡Lo primero es salvar vidas!
Como matones de barra
se retan sus señorías
segregando y componiendo
pendencieras banderías
que combaten en las redes
con inquina enloquecida.
Y es que resulta muy fácil
sacarlos de sus casillas.
Twitter es un vertedero,
un contenedor de insidias
donde campan a sus anchas
las peores compañías.
Y en los medios, mercenarios
que se dicen periodistas
afianzan en sus trincheras
más consignas resentidas.
Decisiones adoptadas,
actos que se fiscalizan,
omisiones voluntarias
e intromisiones convictas.
Todo es juzgado conforme
al origen de las siglas
y depende, por supuesto,
del cristal con que se mira.
Sucias intoxicaciones,
toneladas de mentiras…
¡Qué escasa la información
entre tanta letra escrita!
Mal se protegerá un árbol
quitándole clorofila,
secándole las raíces,
haciendo del tronco astillas,
de las astillas, un fuego,
y del fuego unas cenizas.

Y a pesar de tanto ruido
y de tanta tremolina
la gente disciplinada
sigue siendo mayoría
y poco a poco notamos
hora a hora, día a día
que el bicho ya retrocede,
frena su furia homicida.
Ya vamos desentrañando
la jerga de las cursivas:
las curvas que se doblegan
y se aplanan en seguida,
los ERTE, los PCR,
las etapas sucesivas
para la desescalada
que se hará sin símetría,…
Ya se ve el final del túnel
tras la larga travesía.
Ya nos vemos recobrando
la libertad suspendida,
que en la noche más oscura
siempre hay una luz prendida.

Y retomamos las calles,
vamos al bar de la esquina,
Y nos reunimos de nuevo
los amigos, la familia…
Y ansiamos esperanzados
resucitar la alegría,
deseando que retornen
verbenas y romerías.
Poder mirar al pasado
con el alma conmovida,
el humor recuperado
y la piel encallecida,
pero habiendo despertado
de esta larga pesadilla.

La nueva normalidad
es como la denominan,
con calles a rebosar
de gente con mascarillas
que muestran sólo al amigo
sus iris y sus pupilas.
Distanciamiento social,
una nueva economía,
refuerzo en la Sanidad
y nuevas formas de vida.

De la gestión de la crisis
cuentas deben ser rendidas,
por el Gobierno Central
y por las autonomías,
para así poder premiar
buenas prácticas habidas
y también penalizar
las pifias y las mentiras.

Pero el bicho sigue aquí.
Su amenaza sigue viva.
Es cosa nuestra evitar
una dura recaída
que nos haga desandar
la distancia recorrida.
No cabe la marcha atrás.
Ya no lo resistirían
nuestros nervios encharcados
de consumir sin medida
quintales de valeriana
y toneladas de tila.
Que, aunque la vacuna tarde
¡hay que rescatar la vida!

© Javier Suárez Pandiello
 

1 comentario:

  1. Lo has descrito perfectamente. Importante, hay que rescatar vidas. Felicidaddes!!!

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